miércoles, 10 de febrero de 2010



Los días son fríos y los huesos se resienten. He sentido el quejido de mi espalda mucho antes de poner el pie en el suelo esta mañana. Lleva 43 años sosteniéndome y, al fin, he aprendido que gestos le molestan, que posturas le quiebran, pero me puede la costumbre y la herencia artrítica de mi familia aunque el Pilates ha sido para mi un descubrimiento.
En estos días pienso en la vejez y recuerdo una carta que escribí hace años a la revista Telva en la que manifestaba mi deseo de morir desgastada; para eso hemos nacido ¿o no?. Pero también es cierto que conservar la salud sin reservarla es una obligación para con nosotros mismos y para con los demás. Incluso me atrevo a decir que debemos cuidar nuestro aspecto.
Afortunadamente con la edad aprendemos a conocernos y suplimos la lozanía de la juventud con la sabiduría de la madurez.
A los 20 todos los jóvenes tienen belleza, a los 40 es preciso una buena dosis de inteligencia para aceptarse. Me encanta la coquetería de mi madre buscando el color berenjena que tan bien le sienta y la delicadeza de mi tía cuando se arregla para bajar a cenar dos pisos más abajo y busca el collar adecuado; qué lejos están de esas mujeres de mi edad insinuantes y de labios engrosados, que aún no se han enterado de que la ley de la gravedad se cumple siempre y de que la naturalidad es el pasaporte a la belleza.

1 comentario:

  1. Si señora, así es, es tan natural esto que dices como la propia naturaleza.
    estoy contigo Estel, eres muy sabia.
    Un abrazo.

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